viernes, 2 de mayo de 2014

Salvaje

Hace poco terminé de leer el libro de Salvaje de Cheryl Strayed.. Gracias Lu Botello por este magnífico regalo. 

Cheryl Strayed  tenía 22 años cuando su madre falleció a causa de un cáncer de pulmón. Destrozada y perdida, arrojó por la borda toda su vida: se divorció, buscó cariño en brazos de cualquier desconocido, se distanció de sus hermanos, se retiró a vivir sola en una cabaña y se enganchó a la heroína. Su viaje comenzó el día que encontró una guía sobre el Sendero del Macizo del Pacífico, una especie de camino de Santiago americano que discurre desde la frontera entre México y California hasta poco más allá de la frontera canadiense. Durante cien días recorrió parte de esa ruta a pie. El suyo fue un camino a lo largo de más de cuatro mil kilómetros que surcan parte de la costa oeste de EE UU, desde el desierto de Mojave hasta el puente de los Dioses del río Columbia, que une Oregón y Washington, un viaje en el que la soledad le ayudó a encontrarse a sí misma y a recuperar el control de su vida.  

En lo particular, me encantaron muchas de las descripciones que aparecen en el libro, porque con más de una de estas situaciones nos hemos visto identificados.

¿Quién, que no se haya encontrado en largas caminatas por el bosque y por senderos, no ha sentido esa hermosa alegría que significa pasar después de una subida a una superficie plana o un declive, para pasar también, en algunas ocasiones, de esa súbita y pequeña alegría, al tortuoso camino que comienzan a ser, las bajadas, cuando ya los pies y las botas son más un tormento que otra cosa? 

¿Quién, no ha llegado en algún momento a una excursión con alguna situación en la cabeza o en el corazón para resolver, pensando que durante la caminata, o la acampada podrá uno meditar en esto, para encontrarse que, durante este tiempo, ni siquiera se piensa en esta situación o problema, pero de una manera mágica, el aislamiento del mundo, el permitir a la consciencia concentrarse en otras cosas, como el dar un paso más o concentrarse en donde se pondrá un pie, te ayuda a resolver tu situación, o a lograr la distancia crítica que necesitas para resolverla?

¿Quién después de una excursión de un par de días o semanas, no regresa a la “civilización” adorando cosas tan simples como poder bañarse, poder lavarse los dientes o las manos de una manera confortable, poder beber agua con solo abrir la llave, o tomarla de un garrafón, dormir en una cama calientita y cómoda, o no tener que pensarla tanto para levantarse por la noche al baño?

Pero de la misma manera que la caminata y las excursiones nos permite valor todo lo que tenemos en nuestras casas, también nos permite valorar todo lo que tenemos fuera de ellas, y lo poco que requerimos a veces para sobrevivir.  Nos permite valorar el tener cosas básicas que nos ayudan a la sobrevivencia, como una navaja o unos cerillos, una brújula o una lámpara, y nos permite maravillarnos con las cosas que la naturaleza nos puede ofrecer y muchas veces nos las perdemos estando en la ciudad o en el bullicio del día a día.

¿Cómo no pensar en esas melodías que no paran y no paran en nuestra cabeza a veces cuando caminamos y caminamos, o nuestras ganas de llegar a algún lugar a comer algo que se nos está antojando y con lo cual venimos en el pensamiento kilómetros y kilómetros? (Sí, como las quesadillas en las que pensamos cuando venimos bajando del Iztaccíhuatl)


Verdaderamente, me encantó el libro, y me sembró la inquietud de … ¿Por qué no hacer algún día este recorrido?, quizá algo que ya venía pensando y se concrete más rápido sea realizar el Camino de Santiago en alguna de sus diferentes modalidades, pero por lo pronto, en lo que cualquiera de estas cosas pasan, se vale soñar, ponerse shorts, salir a caminar y pensar por un momento, que vamos por el Sendero del Macizo del Pacífico y que en nuestro corazón también está ese lado salvaje que encontró Cheryl Strayed en el suyo.


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